El interés que desatan los personajes malvados proviene de algo ancestral, primitivo y lejano que a veces no podemos controlar. Intelectualmente nos pueden parecer censurables, pero algo dentro de nosotros nos obliga a seguirles. La línea que la sociedad determina para discernir lo que está bien y lo que está mal a veces es más laxa de lo que las leyes promulgan y los ejemplos en la ficción son incontables, dando lugar a un inabarcable catálogo de personajes que nos conmueven desde la paradoja amor-odio que les profesamos.
Un único actor viajando de la prosa al verso, del actor al personaje, nos invita a recorrer por dentro y por fuera los mecanismos, los deseos, los motores de los malvados más despiadados y deslumbrantes del Siglo de Oro, a la par que nos muestra cómo encarna él a estos personajes, qué recursos utiliza para convertirse en ellos, para ser ellos.