HURRA&BRAVO

ARTISTA PORTADISTA #14: Paco Pomet

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Paco Pomet, pintor granadino generador de unas realidades inquietantes. Un orfebre que reproduce fotografías costumbristas e industriales de finales del XIX para intervenirlas con elementos actuales para generar mundos paralelos adictivos. Tanto, que Banksy le invitó a formar parte de aquel parque de atracciones punk que fue Dismaland. Pasen y vean.

Alguien debiera hacer un monumento a SCGalllery. La galería/proyecto artístico trae a Bilbao a firmas que son punta de lanza del arte, normalmente, relacionado con lo urbano, pero no siempre. Un claro ejemplo es el que hoy nos ocupa y ocupa nuestra portada del número de diciembre de NOIZ, el granadino Paco Pomet, con el que tuvimos el placer de charla en esta entrevista por correo electrónico.

¿De dónde salen las ”realidades paralelas” que generas en tus pinturas?

Suelo funcionar a partir de imágenes que me gustan, que encuentro o busco en diversas fuentes (álbumes fotográficos familiares o anónimos, revistas, archivos fotográficos, internet, etc.) Estas imágenes me sugieren variaciones que pueden abordar lo grotesco, lo irónico, situaciones cómicas, transgresoras, sorpresivas, líricas, e incluso tiernas y amables. Depende en gran medida de mi estado de ánimo, de mis intereses momentáneos o incluso de lo que inconscientemente me asalta cuando fantaseo mirando una imagen que me parezca sugerente El resultado es siempre figurativo y en apariencia realista, pero con una vuelta de tuerca, con un giro que hace que las imágenes originales que me sirven de punto de partida pierdan su significado original para adentrarse en un terreno visual desconocido.


Juego, ironía, humor negro... ¿tienes un discurso político voluntario o es fruto del absurdo de la realidad?

El discurso político voluntario sucede poco, y no lo busco. A veces surge, pero porque la realidad política es a veces tan insoportable e indignante que no hay manera de evitarlo. Desde siempre el acto de mirar me ha producido una excitante perplejidad. Nunca me he acostumbrado a nada de lo que he visto, en el sentido de que nada me aburre ni nada me convence del todo, pues la manifestació de lo visible se renueva a cada instante aunque las apariencias y nuestra tendencia natural a la seguridad y a la protección nos inciten a pensar que hemos dado con una fórmula válida y perenne que interprete el mundo. Pero la realidad se encarga de desmoronar continuamente las construcciones de sentido que vamos desarrollando a lo largo de los años, y creo que esa sensación, en gran medida, es la que se filtra en mis obras y provoca que no puedan provocar una interpretación unívoca y mucho menos cabal o correcta. El espectador es el que decide en la mayoría de los casos lo que está viendo, y eso lo considero un valor cuando sucede.

Pintas al óleo fotos de finales del XIX. No usas retoque ni técnica digital ¿eres un antidesarrollista no declarado?

La mayoría de las fotos de las que parto son efectivamente de esa época, que me fascina. No uso retoque ni técnica digital. Si lo hiciera me dedicaría a la fotografía y mi reto sería manejar el Photoshop o un programa similar exprimiendo al máximo sus potencialidades. Pero la pintura tiene muchas virtudes que la fotografía no posee, y la más importante de todas es la plasticidad, su materialidad y el placer que produce ese ilusionismo con el que hemos disfrutado durante siglos. Esa capacidad que la pintura tiene para engañarnos y embaucarnos de forma placentera (lo que de manera magistral y tan sencilla nos recordaba René Magritte en su obra “Esto no es una pipa”) y nos hace creer que lo que vemos es una ventana que nos ofrece otro mundo. La fotografía no nos ofrece otro mundo, porque hemos terminado conviniendo que ella es el testigo de la realidad, y le damos el valor testimonial y documental que nos aporta información, pero no nos sugiere ni nos hace fantasear, al menos con la potencia con que la pintura lo hace, que es una de las cosas que más aprecio de mi oficio. No creo ser un antidesarrollista, como tampoco creo ser antinada, pero por el momento, y en mi campo de trabajo, no veo en la tecnología algo que vaya mucho más allá de ser una mera herramienta que nos facilite el trabajo.




Identificamos tu obra con la cultura “pop” y el arte urbano, ¿te interesa el street art? ¿has hecho o planeas hacer trabajos/intervenciones en la calle?


Lo de la cultura “pop” lo reconozco abiertamente, y no sólo debido a gran parte de mis gustos musicales, sino por toda la cultura que desde finales de los 70, sobre todo a través de la televisión, el cine y el vídeo he ido absorbiendo inevitable y placenteramente. Lo del arte urbano y el street art me queda un poco más lejos, o no me veo enmarcado en ese ámbito. Es cierto que a raíz de mi participación en el Dismaland de Banksy, mi nombre ha sido asociado a todo este mundillo, donde, como en el arte oficial, elevado, elitista, postmoderno, o como queramos llamarlo, hay morralla y artistas interesantes, como en todas las disciplinas. Me han ofrecido alguna vez, muy pocas, algunos proyectos en el exterior o intervenciones callejeras, pero la verdad es que no me veo ahí.
Las pocas intervenciones callejeras que he hecho han sido, cuando era niño y adolescente, con tizas en el suelo, en los cristales polvorientos de los parabrisas de los coches, caricaturas en las paredes del colegio y el campus de la facultad, y alguna pintada gamberra anti-cualquiercosa, como hemos hecho todos alguna vez.

¿Eres Banksy o el cantante de Massive Attack?

Sabéis que no soy Banksy, jaja, vaya pregunta, pero tuve mis sospechas, cuando estuve en Dismaland, de quién puede ser. Pero esto es algo que guardo estrictamente para mí. Respeto al personaje, con el que he cruzado bastantes emails, sólo puedo hablar bien de él. Todo un caballero. Me gusta mucho Massive Attack, sobre todo su álbum “Mezzanine”, que es una obra maestra, aunque preferiría cantar como Tom Waits...y ser un artistas de su talla, qué más quisiera.

Pide un deseo

Los deseos se los guarda uno para sí, pero la verdad es que hay un deseo que sí quiero compartir y reivindicar: que de una vez por todas la rueda del progreso (esa palabra tan absurda que el capitalismo nos ha inoculado) se detenga y entremos ya de una vez por todas en la toma de conciencia de que el decrecimiento es lo único que nos va a salvar, a nosotros y a los que nos sucedan.


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