Jueves, 12 de marzo
Las primeras noticias cercanas que tuve sobre el virus fueron Gasteiz y Haro. En ese momento, para mí, este era un virus un poco distinto de la gripe. Pero en Pikara decidimos que a partir del viernes hacemos teletrabajo. El jueves todo se desmadra. En los hospitales empiezan a no dar a basto. Pienso que puedo estar contagiada y me recluyo en casa. Me pongo el termómetro dos veces en un intervalo de dos horas, me duele la cabeza, no tengo fiebre pero en cuestión de una hora me sube la temperatura cuatro décimas. No estoy enferma, solo tengo tos.
Viernes, 13 de marzo
Si hay una forma de que permitamos el cierre de fronteras, el control policial y el Estado de alarma es diciéndonos que al fin tenemos una responsabilidad que podemos cumplir. Caigo en el abrazo acrítico a una causa común, la criminalización del de al lado cuando no lo hace, la justificación de medidas autoritarias. Hablo con mi madre por teléfono. Ha ido a Haro a estar con mi abuela unos días y se ha vuelto a Galdakao. ¡¡QUE EL VIRUS PUEDE SER ASINTOMÁTICO, SOMOS BOMBAS HUMANAS, POR FAVOR!! “Hija, desde que has empezado a enterarte de lo que es esto, parece que eres la única que lo sabe”, me dice. Qué bien sientan las madres a veces.
Sábado, 14 de marzo
Llamo a mi tía. Es médica en La Rioja. Dice que llegan muchos casos, hay muchos ingresos, la mayoría no son graves. Que hay un pico de infección y mucho miedo colectivo. Que estemos tranquilas y sigamos las recomendaciones de salir lo menos posible para parar el pico de contagio. Pienso en los chavales de mi barrio, hombres la mayoría, migrantes, sin familia. Algunos viven en centros en otras localidades y vienen aquí el fin de semana. Otros viven en la calle u ocupando. La policía les ha agredido en otras ocasiones. ¿Qué va a pasar cuando nadie mire?
Domingo, 15 de marzo
Llegan vídeos de gente gritando desde las ventanas a los viandantes. No sabemos qué hacen esas personas en la calle, pero gritamos desde las ventanas. Leo el grupo de feisbuk de envasadoras hortofrutícolas de Almería. Allí trabajan cientos de envasadoras juntas, sin distancia de un metro. Muchas comparten coche para llegar hasta el trabajo. Nadie les da mascarillas, ni se aplica el protocolo. Alguien manda una foto de los tanques a punto de cerrar Madrid. Es un bulo.
Lunes, 16 de marzo
En Volkswagen han tenido que hacer huelga porque la producción seguía. Una colega cuenta que su tía trabaja con ancianos en Benicarló y que se pasan la mascarilla entre las gerocultoras. SOS Prisiones cuenta que hay un módulo de madres aislado con menores de tres años en la prisión de Aranjuez. Mi compañera de piso, S., sale de casa a acompañar a su hermana al hospital. Han ido en taxi. El metro está saturado. Entre el miedo colectivo, el virus, las medidas tomadas sin pensar, el egoísmo empresarial y el autoritarismo, esto es una crisis grave, pero no es nueva.
Martes, 17 de marzo
He colocado la mesa de trabajo en frente del balcón y he corrido las cortinas. En El Salvador están hablando de tomar medidas extremas. Un camión del Ejército en la Plaza España de Zaragoza. Mi vecina tiene una perra, Juno. Salimos Juno y yo a pasear. Ella, caga, yo miro hacia las ventanas. La ciudad no está muerta, está recogida.
Miércoles, 18 de marzo
Hago conexión de Skype con amigas. Una cuenta tenía previsto mudarse el 27 de marzo. La otra se rompió la pierna y le han retrasado su cita, así que ni idea de cómo va el progreso. Todas las vidas han quedado en suspenso. A las nueve de la noche es la cacerolada contra el rey y mi vecino me saluda sonriendo. Por la calle vacía veo cruzar en bici a un repartidor de Glovo. El estruendo es tremendo por todo el barrio. La expresión cobra todo su sentido: salud y república.
Jueves, 19 de marzo
S. y yo montamos un aperitivo en el balcón de mi cuarto, y poniendo música de nuestro barrio. Un poco de Belako, algo de Zea Mays, y un tema de Platero y tú. Algunas personas empiezan a hacer vida en los balcones también. Lectura, charlas por teléfono. A las nueve la convocatoria es por la primera enfermera de Euskadi que ha muerto por coronavirus. Alguien da un concierto de violín. Luego uno de trompeta.
Viernes, 20 de marzo
Trabajo y S. cocina musaka y luego bailamos tecno como locas por la cocina. Nos servimos una comida opípara. Con la de escenarios apocalípticos que hemos imaginado, la realidad de Occidente está siendo el encierro en su propio exceso. Comida, bebida, calefacción y netflix. Con la gente en pijama en los balcones y tiempo para hacer croquetas. “Es que esto… yo estoy todavía en sok. Esto es una mezcla de Philip K. Dick y Berlanga”, dice S. Y nos reímos a carcajadas.
Sábado, 21 de marzo
Nueve pantallas simultáneas en Jitsi. E. hace ejercicio, M. y J.K. cocinan y comen. En la casa de M.P. hay tres personas sentadas a la mesa. O. y D. están en la terraza. M. intenta compartir un vídeo de Jane Fonda. “¿Quién es Jane Fonda? ¿Es un virus?”, “Otro no, por favor”. D. dice que el otro día en TVE pusieron a Eva Nasarre y ‘Con las manos en la masa’. “Retrocedieron 40 años, como si no nos hubiéramos dado cuenta”. Seguimos hasta la noche. Vemos vídeos compartidos. Bailamos desde nuestras pequeñas pantallas individuales. Suena un remix de Guats goin on.
Domingo, 22 de marzo
Me dan miedo las cabecitas de cada una estos días, la situación en los hospitales, el revival hortera de 2008. Pero llevamos así desde 2007. La precariedad, la inestabilidad, los desahucios. Ahora la pandemia, la enfermedad. S. y yo conspiramos en el balcón. “Igual, más que soldados como dice aquel, todas somos armas biológicas. Lo mismo tenemos que organizarnos para infectar a cierta gente”, “Pues sí, sí. Se acabó”.
Lunes, 23 de marzo
Hoy me toca ir a por algunas compras básicas. Como no tenemos mascarillas, me visto a lo ninja con un fulard negro. En el súper hay unas marcas rojas en el suelo que señalan el metro de distancia que hay que tomar. Llego a casa y montamos el chiringuito en la habitación que está frente a la entrada. Además de dejar los zapatos ahí nada más entrar, ahora tenemos también el gel y una papelera con tapa para tirar los guantes de plástico.
Miércoles, 24 de marzo
El militar Miguel Villarroya habló el viernes de “tiempos de guerra” y la red se llenó de gente diciendo que no éramos soldados. Pero, antes de eso, ya estábamos hablando así. Quizá tengamos que reconocer que es el modelo interiorizado. Dice Zizek que es el momento de entender de forma nueva el comunismo y la comunidad. Para mí, esa forma no es tan nueva, es feminismo de clase. Se basa en la redistribución de la riqueza y en poner los cuidados en el centro. Escucho Extremo a toda pastilla y grito: “¡¡Voy a hacer un butrón que saque la cabeza fuera. Y sigo presa, pero ahora el viento corre alrededor. Por mis pecados sigo presa!!”
Podéis seguir el diario completa en la web de Pikara Magazine.